Martha C. Nussbaum, profesora de Leyes y Ética de la Universidad de Chicago, enciende una alarma en el sistema educativo norteamericano que bien se puede aplicar al chileno. Piensa que la educación centrada en la producción y en el rendimiento económico, una educación que prescinde de la historia, del arte, de la filosofía, orada la democracia. Sostiene que un sistema democrático necesita ciudadanos críticos, que cuestionen a la autoridad, que se atrevan a pensar por sí mismos. Para tener esa actitud se necesita una cultura humanista que no se está entregando en la educación actual. Es posible que hoy eso también ocurra en Chile. Esta columna fue publicada en The Washington Post el 13 de agosto pasado. Si quiere ver el artículo original haga



Por Martha C. Nussbaum

¿Hacia dónde se dirige la educación en nuestro país? La pregunta no es simple. La democracia se erige o decae con la gente y sus hábitos mentales y la educación produce esos hábitos mentales. Sin embargo, estamos viendo cambios radicales en los contenidos pedagógicos y curriculares, y estos cambios no han sido bien pensados.

El entusiasmo por el crecimiento económico en nuestro país ha provocado que la educación empiece a pensarse en términos prácticos muy cortoplacistas. Estamos educando para desarrollar habilidades económicas de manera rápida más que enseñando un complejo conjunto de materias humanistas. Esto producirá que en el futuro la democracia no sea más que una carrera perdida, sólo otra palabra.


La gente tiene una alarmante falta de capacidad de contradecir a la autoridad y de ponerle presión. La democracia no puede sobrevivir si no ponemos fin a estas tendencias a la autocensura. Debemos cultivar hábitos inquisidores o pensamiento crítico.


Cómo Sócrates supo hace mucho tiempo, cualquier democracia es un "noble pero lento caballo". Necesita muchos pensadores para mantenerse despierta. Esto significa que los ciudadanos necesitan cultivar las habilidades por las cuales Sócrates perdió su vida: la habilidad de criticar las tradiciones y a la autoridad, manteniendo bajo examen tanto a una como a la otra, sin aceptar los discursos de nadie sino argumentan sus razones. En esta época investigaciones sicológicas confirman el diagnóstico de Sócrates: la gente tiene una alarmante falta de capacidad de contradecir a la autoridad y de ponerle presión. La democracia no puede sobrevivir si no ponemos fin a estas tendencias a la autocensura. Debemos cultivar hábitos inquisidores o pensamiento crítico.

Pero no basta con eso, los ciudadanos también necesitan tener conocimiento histórico, los conocimientos más básicos de las religiones más populares y cómo funciona la economía global. Este aprendizaje histórico necesita tener un elemento socrático: los estudiantes necesitan aprender a evaluar evidencia, necesitan saber pensar por sí mismos.


Los estudiantes necesitan aprender a evaluar evidencia, necesitan
saber pensar por sí mismos.


Finalmente los estudiantes deben ser capaces de imaginarse como se ve el mundo para alguien completamente diferente a ellos mismos. Eso puede sonar muy amplio, pero es lo que impera en nuestro sistema de justicia, el que empuja a los jueces o jurados a imaginar qué haría, pensaría o sentiría una "persona razonable" en un determinado escenario. Esa mirada también reside en el corazón de los buenos ciudadanos de razas diferentes, géneros diferentes, religiones o diferente orientación sexual. En vez de ver a las personas como "los otros", "esos diferentes", incluso como meras cosas, la democracia requiere que aprendamos a ver a los otros como seres humanos iguales, con aspiraciones y propósitos propios.

¿Cómo la gente aprende eso? Todos venimos al mundo con una rudimentaria capacidad para "pensar posicionalmente", es decir, pensar desde un punto de vista distinto. Pero esa capacidad obviamente opera de una forma muy estrecha, en el ámbito familiar, y necesita deliberadamente ser cultivada a través de la literatura y las artes, enseñarla a través de diálogos históricos, como los socráticos.

Pese a esto, alrededor del mundo, los estudios humanistas, las artes e incluso la historia están siendo severamente recortadas de los programas educacionales, para hacerle espacio a enseñanzas que sólo buscan generar hacedores de dinero.

Cuando esos cambios hayan sido completados, la economía y los negocios sufrirán, porque negocios saludables necesitan creatividad y pensamiento crítico, como durante mucho tiempo lo han hecho saber los maestros de los negocios. Incluso, si esta aseveración no fuera verdadera, las libertades artísticas son esenciales para el tipo de gobierno que hemos escogido y para el tipo de América que desde hace mucho hemos aspirado a ser.

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